
Allí estaba, quieta, arrinconada del mundo relegada al olvido mas cruel. Atrás quedaban los años de esplendor cuando era la envidia de todos en la calle, y a su paso mas de uno se volvía para verla pasar. Era de las mas modernas de su época, y mas de alguna vez se batió en duelo con el automóvil del alcalde el único que poseía tal artefacto por aquellos días, subía las cuestas con esfuerzo pedaleando como un león mi querido Padre, llevando enganchado un remolque donde poder llevar su mercancía hacia el mercado para venderla, algunas veces, solo algunas, le ponía una especie de sillín grande donde sentaba a la reina de la casa, osease a mi, que ya con dos años sabia lo que era la comodidad de viajar contemplando el paisaje sin hacer esfuerzo. Hoy viene a mi mente cuando mi hermano mayor que yo, unos ocho años, se subió a ella para presumir delante de sus camaradas y como luego se lanzó calle abajo defenestrándose al calcular mal la frenada y comerse el muro de la casa del fondo, ahí comenzó tu declive, asustada mi Madre , lanzando improperios, cosa inhabituad en ella, y requiriendo la presencia de mi progenitor para que pusiese fin a tal descalabro, la cosa se saldó con un pantalón roto, una camisa llena de grasa , las rodillas llenas de sangre y arena del asfalto y un tirón de orejas, amen de una reprimenda y un castigo que no se muy bien si fue para el o para ti, pues desde ese día te arrinconaron en el garaje y pasaste a ser pieza de museo, la culpa de todo la tubo el flamante Citroën que unos días antes había llegado a formar parte de nuestra familia.
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