
Alli, sobre la mesa, impasible, a merced del viento que tibiamente acariciaba los rostros de las personas, que sentadas en la terraza del mejor café de un Madrid primaveral en pleno paseo de la Castellana, allí, de impoluto blanco con letras impresas en color azul, estaba nuestra amiga, en ella un escritor dejaba tal cual se le iban ocurriendo unas frases sin hilvanar, bocetos seguramente,de una próxima novela.
Mientras saboreaba un delicioso te helado, contemplaba, el ir y venir de los transeúntes que llenaban de magia la tarde Madrileña.
Con gesto de felicidad recibe la llegada inesperada de una dama, que después de saludarlo muy efusivamente entabla con el una amena conversación, haciendo que transcurran los minutos mas aprisa de lo que deseaban. Llegada la hora de partida un tímido beso roza la mejilla del hombre no sin antes dejar para la posteridad un numero, presumiblemente de teléfono, en el blanco cristalino, en el improvisado folio, donde se guardarían esas palabras escritas y jalonadas de un cómplice secreto, en una simple servilleta de papel.
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